Cada año, al borde de la medianoche del 11 al 12 de octubre, el frío que brota en un macizo montañoso de Venezuela, popularmente conocido como Montaña de Sorte, se espanta con el fuego y el "resurgir de la candela", como dicen los espiritistas.
El fuego es abrazador, las llamas son fuertes y su poder abre el camino a los espíritus que cobran vida una vez más al poseer a sus médiums, personas que al entrar en trance protagonizan un ritual ancestral que es acompañado con el resonar fuerte de los tambores y el canto devocional que exclama: "¡Fuerza!", cuando en cada compás los presentes cantan: "que le den, que le den".
El ceremonial, que es el encuentro cumbre de los feligreses, se celebra a 310 kilómetros de Caracas, en el sector de Quibayo, dentro del Monumento Natural Cerro María Lionza, declarado así desde el 18 de marzo de 1960, a pocos kilómetros de Chivacoa, la capital del municipio Bruzual en el estado Yaracuy, región ubicada al centroccidente de Venezuela.
La práctica ancestral se intensifica a medida que el fuego va ganando espacio y luz, para tener toda la atención de los vivos y "de los muertos" dentro del mítico paraje que a su vez es el santuario natural de María Lionza, la deidad indígena, madre de las aguas y reina del sincretismo venezolano.
Así, miles de devotos conocidos como 'marialionceros', además de personas curiosas por la tradición, se congregan alrededor de las brasas ardientes para experimentar, como dicen los "santeros", el ritual "más impresionante" y "purificador" de su fe: 'el Baile en Candela'.
Con la oscuridad ya rota, el filo de la medianoche también se quiebra con una gigantesca cama de brasas ardientes que se convierten así en un altar de fuego, un umbral entre el mundo terrenal y el espiritual, que aguarda a los "materias" o "médiums" que se atreverán a desafiar el dolor y la física, impulsados únicamente por la fuerza de los espíritus que los han tomado para caminar sobre la viva y naranja candela enardecida.

Una prueba de fe
Para los espiritistas, el Baile en Candela no es un espectáculo, es una prueba de fe y una limpieza espiritual al nivel más sagrado. Los danzantes, hombres y mujeres con meses de preparación física y ascética, se despojan de todo miedo.
El rito inicia con intensas velaciones y despojos para preparar el cuerpo y el alma. La clave del ritual reside en la posesión: los médiums invocan a las 'Cortes', una especie de "familias espirituales" que actúan con fines curativos y protectores, que se clasifican en: India, Negra, Vikinga, Malandra, Celestial, Médica, Chamarrera, Libertadora, y de los Don Juanes, para que el espíritu, al bajar o manifestarse, asuma el control del cuerpo.
En ese estado alterado, los espiritistas poseídos se acercan a la candela, saltan, danzan, corren y caminan sobre los carbones que están al rojo vivo, como una alfombra de fuego.

Los creyentes aseguran que es la energía del espíritu la que los protege de quemarse y les permite moverse sobre las brasas sin sufrir daño en medio del trance hipnótico.
Mientras el calor irradia y el olor a humo envuelve el aire, el baile de los espiritistas enorgullece al resto, que ensimismados en su creencia ven la hazaña como un acto de ofrenda y purificación, al afirmar que "el fuego sagrado" libera el cuerpo del odio, de la maldad y de posibles maleficios, para "abrir los caminos" a la salud, la prosperidad, el amor, el éxito y el buen andar.
Venezolanidad y sincretismo
La manifestación es un crisol de la identidad venezolana, un vivo ejemplo de sincretismo que en este caso se traduce en una creencia auténticamente venezolana, nacida de la mezcla de razas y culturas: la religión de María Lionza.
El culto a María Lionza fusiona elementos indígenas, como es el caso de la también llamada "princesa nativa" que se convierte en deidad de la naturaleza. Así mismo, integra los africanos en la conexión con los espíritus y el uso de la percusión; los católicos, en la fe traída por los colonos españoles y las rogatorias a Dios y los santos, y hasta en las creencias urbanas.
La trascendencia del espiritismo venezolano y específicamente del rito del Baile de la Candela es de tal magnitud que el 12 de octubre de 2024, fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación por el gobierno venezolano, un reconocimiento que busca resguardar esta expresión única que representa la resistencia, la espiritualidad profunda y la memoria colectiva del país. Para los marialionceros, esta declaración valida su fe y asegura que la llama de su devoción no se extinga jamás.

La huella del fuego
Cuando el amanecer comienza a teñir a Sorte, el Baile de la Candela llega a su fin. Más de 12 horas de fulgor, desde antes y durante y el clímax del ritual ancestral, dejan exhaustos a los fieles y 'materias', que tras culminar la jornada afirman sentir la partida de los espíritus que les han dejado "el alma renovada".
Las brasas ya convertidas en cenizas se apagan y dejan la huella de la última humareda que se escapa con el retiro de las distintas cortes espirituales que hicieron presencia. La inmensidad de la montaña reclama su silencio mientras que en los fieles la fe se aviva, convencidos de haber presenciado y participado en un rito extraordinario que los conecta con las tradiciones más longevas de esas tierras.
Para los "santeros", como también les llaman popularmente en Venezuela, el fuego no destruye sino que purifica, porque "reafirma la identidad y la creencia" de que al honrar a su 'Reina' se mantiene viva la magia a través de una tradición que, al igual que las llamas, se resiste a morir, y vuelve a incendiarse cada medianoche del 12 de octubre.
La tradición además coincide con una fecha trascendental para Latinoamérica y el Caribe. Ese día es feriado o no laboral en Venezuela, donde se conmemora el Día de la Resistencia Indígena, al igual que en la mayoría de los países de la región.
Esa fecha, que antes se conocía como "el descubrimiento de América", reivindica la lucha de los pueblos originarios contra la barbarie de los colonos españoles al vulnerar el 'Abya Yala', la "tierra viva" que los colonizadores llamaron "el nuevo mundo", y que los pueblos originarios ya reconocían de esa manera más cercana y sintiente.
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